Lo que nunca te he dicho
Y entonces se abrió un hueco a mis pies y vi humo.
Cuando el humo se extinguió, he visto una llama intensa.
Y ya no vi más que fuego,
fuego.
Cuba, año 2000
Nunca pensé que recorrería las
mismas calles y estas aceras adelante y atrás dos y tres veces en un día.
Cualquiera pensaría que hay algo en mí que no funciona. Estoy en la avenida de
Carlos III y son las tres de la tarde. Hoy también hemos salido temprano en la
fábrica. A veces es porque hay apagón y sin luz las máquinas no funcionan;
otras porque no hay material y sin material somos nosotros los que no
funcionamos. Hoy fue por la manifestación de Elián. Cuando hay manifestación la gente anda nerviosa y agitada, la
ciudad se vuelve desordenada dentro del
otro desorden, el que se entiende menos, ni aunque se intente explicar en
libros de proletariado y de Marx, y lo vuelvas al revés o de cabeza. Mi
generación nació en ese desorden y
aún estamos envueltos en él en pleno siglo veintiuno y es así cuando se está
construyendo un nuevo mundo. Yo debería estar acostumbrada, claro; pero cuando
hay manifestación se sobreponen estos desórdenes, desvían los ómnibus y no hay
ni un triciclo, ni una chivichana,
nada de nada que te ahorre los kilómetros de caminata de un lado a otro de esta
ciudad.
La mochila me pesa. También
pesan las ilusiones, toda mi vida vivida entre silencio, secretos, verdades,
cuántas verdades. ¿Existirán colores para clasificar las verdades? De azul
podrían transformarse en violetas y de ahí pasaríamos al negro y ya no habría
otra opción disponible.
Alguien me da una palmadita en
la espalda. Veo unas botas, deben ser un número cuarenta o cuarenta y dos. Son
de militar como las que producimos en la fábrica. Veo un pantalón azul oscuro y
ya no cabe duda de que es un policía. Le pongo cara de idiota. Hace tiempo que
sé que parecer dócil y sumisa me ayuda a evitar posibles registro ya que por
aquí siempre te registran en plena calle, basta que lleves una jaba grande.
-Compañera... hace falta que
abandone esta zona.
Me da la espalda. Sigue con su
afán de levantar a todos, (viejos en su mayoría) que están en el quicio del
portal. Los echa con gestos con las manos, su forma de explicar que la
manifestación va a pasar por aquí. Desde que comenzó este asunto que si
devuelven o no al niño, ya vamos por unas diez manifestaciones. Las primeras me
jodieron, porque a mí no me conviene que esté cerrada la fábrica. Pero ya me gusta
el concierto de banderitas y la gritería. Se diría que en vez de protestar
estamos celebrando. Ese es el espíritu cubano, siempre alegre. Lo bueno es que
a cada una de esas que vamos gritando: “¡Devuelvan
a Elián! ¡Devuelvan a Elián!”, nos regalan un pulóver con la cara del niño
tras barrotes. ¿Qué puedo hacer con un pulóver en el que aparece un niño
enjaulado?, pensé la primera vez en que regresé a mi casa con la garganta
inflamada de tanto gritar. Podía servirme para el trabajo. Lo doblaba cuidadosamente,
alisándolo con amor como si fuera un recién nacido; cuando llegó Ileana, mi
vecina. Gracias a ella me enteré de que en la plaza de la catedral se vendían
como pan caliente, así que corrí para allá jurándome que a partir de ese día
asistiría a todas las manifestaciones habidas y por haber. Los turistas lo
único que me exigen es que los pulóveres estén nuevos. Y nuevecitos están.
Apenas una sudadita.
Me levanto del quicio antes de que vuelva el
policía...Seguir leyendo en: Yo escribo
novela de corte
social
páginas: 111
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