Blog de la escritora Marilyn Estévez


Soy la que soy y no pretendo ser otra. Cuanto he hecho hasta hoy ha sido siempre con la idea de hacer el bien y ser mejor cada día. Escribo desde que recuerdo, porque las ideas llegan en cualquier momento de la jornada donde me encuentre, lo mismo da una parada de ómnibus, que en espera de la metro; basta un segundo en que esté a solas conmigo misma; las palabras me rodean, me incitan, y ya no puedo hacer otra cosa que coger un papel y dejar que renazcan, fluyan, párrafos e historias que después les cuento en espera que les guste y me hagan llegar sus comentarios de alguna forma. Amo la sinceridad y a los amigos. Amo a quien es generoso y a quien no maltrata a los animales.
He creado este nuevo blog con la idea de no alejarme nunca más, mientras Dios lo quiera. Aquí contaré mis vivencias, secretos, mis sueños y de lo que escribo.
A todos espero les guste.


Miles de saludos desde un pedacito de mi mundo.

miércoles, 29 de enero de 2014


 

 
                             Te amaré

 

  1

 

Lo que nunca te he dicho

 

 

 

 

 

Y entonces se abrió un hueco a mis pies y vi humo.

Cuando el humo se extinguió, he visto una llama intensa.

Y ya no vi más que fuego,

 fuego.

 

 

 

 

Cuba, año 2000

Nunca pensé que recorrería las mismas calles y estas aceras adelante y atrás dos y tres veces en un día. Cualquiera pensaría que hay algo en mí que no funciona. Estoy en la avenida de Carlos III y son las tres de la tarde. Hoy también hemos salido temprano en la fábrica. A veces es porque hay apagón y sin luz las máquinas no funcionan; otras porque no hay material y sin material somos nosotros los que no funcionamos. Hoy fue por la manifestación de Elián. Cuando hay manifestación la gente anda nerviosa y agitada, la ciudad se vuelve desordenada dentro del otro desorden, el que se entiende menos, ni aunque se intente explicar en libros de proletariado y de Marx, y lo vuelvas al revés o de cabeza. Mi generación nació en ese desorden y aún estamos envueltos en él en pleno siglo veintiuno y es así cuando se está construyendo un nuevo mundo. Yo debería estar acostumbrada, claro; pero cuando hay manifestación se sobreponen estos desórdenes, desvían los ómnibus y no hay ni un triciclo, ni una chivichana, nada de nada que te ahorre los kilómetros de caminata de un lado a otro de esta ciudad.

La mochila me pesa. También pesan las ilusiones, toda mi vida vivida entre silencio, secretos, verdades, cuántas verdades. ¿Existirán colores para clasificar las verdades? De azul podrían transformarse en violetas y de ahí pasaríamos al negro y ya no habría otra opción disponible.  

 

Alguien me da una palmadita en la espalda. Veo unas botas, deben ser un número cuarenta o cuarenta y dos. Son de militar como las que producimos en la fábrica. Veo un pantalón azul oscuro y ya no cabe duda de que es un policía. Le pongo cara de idiota. Hace tiempo que sé que parecer dócil y sumisa me ayuda a evitar posibles registro ya que por aquí siempre te registran en plena calle, basta que lleves una jaba grande.

-Compañera... hace falta que abandone esta zona.

Me da la espalda. Sigue con su afán de levantar a todos, (viejos en su mayoría) que están en el quicio del portal. Los echa con gestos con las manos, su forma de explicar que la manifestación va a pasar por aquí. Desde que comenzó este asunto que si devuelven o no al niño, ya vamos por unas diez manifestaciones. Las primeras me jodieron, porque a mí no me conviene que esté cerrada la fábrica. Pero ya me gusta el concierto de banderitas y la gritería. Se diría que en vez de protestar estamos celebrando. Ese es el espíritu cubano, siempre alegre. Lo bueno es que a cada una de esas que vamos gritando: “¡Devuelvan a Elián! ¡Devuelvan a Elián!”, nos regalan un pulóver con la cara del niño tras barrotes. ¿Qué puedo hacer con un pulóver en el que aparece un niño enjaulado?, pensé la primera vez en que regresé a mi casa con la garganta inflamada de tanto gritar. Podía servirme para el trabajo. Lo doblaba cuidadosamente, alisándolo con amor como si fuera un recién nacido; cuando llegó Ileana, mi vecina. Gracias a ella me enteré de que en la plaza de la catedral se vendían como pan caliente, así que corrí para allá jurándome que a partir de ese día asistiría a todas las manifestaciones habidas y por haber. Los turistas lo único que me exigen es que los pulóveres estén nuevos. Y nuevecitos están. Apenas una sudadita.
Me levanto del quicio antes de que vuelva el policía...



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novela de corte social
páginas: 111

 

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