Los 17 son mis días afortunados. Contrariamente
a lo que otras personas piensan de los días 17, los 17 son mis días de fortuna.
¿Pero por qué estoy diciendo esto? Esto no tiene nada que ver con la historia
de la cual me he apenas recordado. ¿Tal vez lo digo porque hoy es 17?
Hace muchos años, no recuerdo cuántos, pero
sé que fue hace algunos años, iba en el autobus, y a un cierto punto, en una de
las paradas se subieron dos niños. Iban jugando y como suelen hacer todos los niños
del mundo reían mucho. Estos niños tendrían alrededor de unos 8 a 10 años y estaban solos. Los niños en Cuba
a veces andan solos haciendo travesuras por la calle. Me recuerdo que el chofer
detuvo el autobus y los mandó a que se bajaran porque iban retosando pero sobre
todo porque no habían pagado el autobus. Pero antes de que volviera a repetirlo
dos veces, que se bajaran de la guagua, yo intervine. Recuerdo mis palabras exactas: “-Déjalos, les pago yo”. Y saqué 40 centavos, 20 por cada
uno y pagué.
Hoy es día 17, se supone que es mi día de
suerte y de alegría, y sin embargo me estoy recordando de algo que ocurrió hace
tanto tiempo y que me pone triste. No soy una fotuta vengadora anónima ni
ayudante de los indefensos que andan sueltos por ahí. Si aquella vez hice la
acción de sacar mi dinero para impedir que aquellos dos menores de edad fueran
bajados del autobus ante los ojos indiferentes del resto de las personas que
allí estaban, lo hice por mi misma. Lo hice por mi misma pero también por mi hermano, una de las personas más
importantes de mi vida. Porque hace, mucho, mucho tiempo, estuvimos en una
situación similar. El inquieto de mi hermano, haciendo murumacas en la puerta
abierta del autobus en movimiento, el chofer que detiene el autobus y le pide
de bajarse. Y yo impotente, asistiendo a la escena, viendo después como
lentamente la figura de mi hermano era un puntico delgado en la orilla del
marchapié mientras el auotubs se alejaba y yo sin hacer nada. ¿Por qué me estoy
recordando de todo esto hoy? Tal vez porque no soy una santa.
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