Blog de la escritora Marilyn Estévez


Soy la que soy y no pretendo ser otra. Cuanto he hecho hasta hoy ha sido siempre con la idea de hacer el bien y ser mejor cada día. Escribo desde que recuerdo, porque las ideas llegan en cualquier momento de la jornada donde me encuentre, lo mismo da una parada de ómnibus, que en espera de la metro; basta un segundo en que esté a solas conmigo misma; las palabras me rodean, me incitan, y ya no puedo hacer otra cosa que coger un papel y dejar que renazcan, fluyan, párrafos e historias que después les cuento en espera que les guste y me hagan llegar sus comentarios de alguna forma. Amo la sinceridad y a los amigos. Amo a quien es generoso y a quien no maltrata a los animales.
He creado este nuevo blog con la idea de no alejarme nunca más, mientras Dios lo quiera. Aquí contaré mis vivencias, secretos, mis sueños y de lo que escribo.
A todos espero les guste.


Miles de saludos desde un pedacito de mi mundo.

domingo, 17 de agosto de 2014


Los 17 son mis días afortunados. Contrariamente a lo que otras personas piensan de los días 17, los 17 son mis días de fortuna. ¿Pero por qué estoy diciendo esto? Esto no tiene nada que ver con la historia de la cual me he apenas recordado. ¿Tal vez lo digo porque hoy es 17?

Hace muchos años, no recuerdo cuántos, pero sé que fue hace algunos años, iba en el autobus, y a un cierto punto, en una de las paradas se subieron dos niños. Iban jugando y como suelen hacer todos los niños del mundo reían mucho. Estos niños tendrían alrededor de unos  8 a 10 años y estaban solos. Los niños en Cuba a veces andan solos haciendo travesuras por la calle. Me recuerdo que el chofer detuvo el autobus y los mandó a que se bajaran porque iban retosando pero sobre todo porque no habían pagado el autobus. Pero antes de que volviera a repetirlo dos veces, que se bajaran de la guagua, yo intervine. Recuerdo mis palabras exactas: “-Déjalos, les pago yo”. Y saqué 40 centavos, 20 por cada uno y pagué.

Hoy es día 17, se supone que es mi día de suerte y de alegría, y sin embargo me estoy recordando de algo que ocurrió hace tanto tiempo y que me pone triste. No soy una fotuta vengadora anónima ni ayudante de los indefensos que andan sueltos por ahí. Si aquella vez hice la acción de sacar mi dinero para impedir que aquellos dos menores de edad fueran bajados del autobus ante los ojos indiferentes del resto de las personas que allí estaban, lo hice por mi misma. Lo hice por mi misma pero también  por mi hermano, una de las personas más importantes de mi vida. Porque hace, mucho, mucho tiempo, estuvimos en una situación similar. El inquieto de mi hermano, haciendo murumacas en la puerta abierta del autobus en movimiento, el chofer que detiene el autobus y le pide de bajarse. Y yo impotente, asistiendo a la escena, viendo después como lentamente la figura de mi hermano era un puntico delgado en la orilla del marchapié mientras el auotubs se alejaba y yo sin hacer nada. ¿Por qué me estoy recordando de todo esto hoy? Tal vez porque no soy una santa.

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