Blog de la escritora Marilyn Estévez


Soy la que soy y no pretendo ser otra. Cuanto he hecho hasta hoy ha sido siempre con la idea de hacer el bien y ser mejor cada día. Escribo desde que recuerdo, porque las ideas llegan en cualquier momento de la jornada donde me encuentre, lo mismo da una parada de ómnibus, que en espera de la metro; basta un segundo en que esté a solas conmigo misma; las palabras me rodean, me incitan, y ya no puedo hacer otra cosa que coger un papel y dejar que renazcan, fluyan, párrafos e historias que después les cuento en espera que les guste y me hagan llegar sus comentarios de alguna forma. Amo la sinceridad y a los amigos. Amo a quien es generoso y a quien no maltrata a los animales.
He creado este nuevo blog con la idea de no alejarme nunca más, mientras Dios lo quiera. Aquí contaré mis vivencias, secretos, mis sueños y de lo que escribo.
A todos espero les guste.


Miles de saludos desde un pedacito de mi mundo.

lunes, 14 de julio de 2014

Acuérdate de mi





   
                                                

                                                    Acuérdate de mi

Porque me pides que me recuerde, intento recordarme. Sabes que estoy esforzando la mente para regresar al lugar del recuerdo, a  ese mundo lejos y casi olvidado  que hoy me parece un lugar vivido por otra persona, no por mí. Pero debo dirte que estoy tratando y que lo logro, casi casi, despacio Ana, me recuerdo, me recuerdo, allá lejos, me recuerdo; el parque, la tierra mojada, el huerto donde mis padre solía llevarme diciéndome siempre: -Mira bien todo esto, porque todo esto algún día será tuyo.  Cuando hablaba de todo esto nunca incluía  a mi hermana que es mayor que yo de cinco años y no lo hacía solo porque aunque sea mayor no cambiaría nada de que sea mujer.

Ana, Ana.
Cuando yo apenas tenía tres años sabes que era el orgullo de mi familia. Mis padres me adoraban, mi hermana Amelia se desvivía por mí, sin contar las locuras que hubiesen hecho por mí el resto de la familia, mis tías, abuelos, y toda clase de spécimen que yo pueda considerar familia. Me mimaban, me acurrucaban, me dejaban hacer a mis anchas todo cuanto me apetecía. Quizas por eso a esa misma edad todavía se me antojaba no hablar. Pronunciaba solo rumores si así puedes llamarlos.  Fue a mis cuatro años cuando pronuncié mis primeras palabras y todo se echaron a reír porque mis primeros chapurreos no fue mamá o papá ,o lla tete, como todo niño normal. Mi primera palabra la dije bajito pero la dije al dentista de familia en mi primera cita para taparme una carie. Lo dije porque amenazaba con meterme esos estúpidos y terribles aparatos en la boca. Le dije: Feo. Y mis padres sosprendidos exclamaron: -Ha hablado! Y desde entonces lo consideraron un milagro porque ya estaban convencidos de que yo no hablaría nunca después de haberme llevado a todos los psicólogos y pedriatas de medio país. Entonces la adoración por mí se acentuó aún más como en mí creció el instinto de hablar, pues si veía a un señor  algo pasado de peso por la calle, en medio de todo el mundo le decía:-Gordo. Y si veía una señora un poco entrada en años le decía: Vieja. Y si la señora era algo baja de peso le decía: Flaca. Y esto siempre delante de todos y sin penas. Pero quien empezó a tener pena de mi lengua fue mi madre a quien poco a poco se le pasaron las ganas de sacarme a la calle por verguenza de que pudiera soltar. Y tú por entonces estabas siempre presente Ana porque siempre fuiste la mejor amiga de Amelia y recuerdo la primera vez que quise hablarte, te dije: -Eres fea. Y pasaron las semanas, los meses, y los años, y ya cuando entrabas por la puerta porque venías a ver a la pesada de mi hermana Amelia, antes de que yo habría boca para recordarte lo fea que eras, tú me decías: -Si, Carlitos. Ya lo sé que soy fea, fea, feísima.

A mis diesiocho años a mi madre se le había pasado las ganas de adorarme y mi padre apenas me hablaba. En la escuela andaba super mal y mis amistades no eran de los mejores. Y ya tú no estabas porque habías desparecido con tus padres hacia una ruta desconocida que ni siquiera Amelia sabía. Cuando decidí irme a estudiar a Nueva York no fue para complacer a mis padres sino para irme lo mas lejos posible, buscaba algún lugar donde no me sintiera controlado ni amenzado. Pero nunca pensé que la metrolitana reservara sorpresas, que me asaltaran por mi cara de turista novato no fue lo peor, sino el tener que llamar a mis padres para pedirles alguna ayuda económica aparte de la que ya me daban. El dinero lo utilizaba para salir de noche a beber con mis nuevos amigos. Pero  aquella tarde Ana cuando vi aquellos pantalones vaqueros en la metropolitana, las sandalias de cuero, aquel cabello negro suelto ondulante, te volviste y te reconocí, allí, donde menos imaginé reencontrarte, por todos los ángeles del cielo no pude menos que susurrar que eras bella, bella, bellísima.
 
 


 

 

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