Blog de la escritora Marilyn Estévez


Soy la que soy y no pretendo ser otra. Cuanto he hecho hasta hoy ha sido siempre con la idea de hacer el bien y ser mejor cada día. Escribo desde que recuerdo, porque las ideas llegan en cualquier momento de la jornada donde me encuentre, lo mismo da una parada de ómnibus, que en espera de la metro; basta un segundo en que esté a solas conmigo misma; las palabras me rodean, me incitan, y ya no puedo hacer otra cosa que coger un papel y dejar que renazcan, fluyan, párrafos e historias que después les cuento en espera que les guste y me hagan llegar sus comentarios de alguna forma. Amo la sinceridad y a los amigos. Amo a quien es generoso y a quien no maltrata a los animales.
He creado este nuevo blog con la idea de no alejarme nunca más, mientras Dios lo quiera. Aquí contaré mis vivencias, secretos, mis sueños y de lo que escribo.
A todos espero les guste.


Miles de saludos desde un pedacito de mi mundo.

miércoles, 1 de junio de 2016


 De Paraíso

      a Malecón

 novela corta

 

de

Marilyn Estévez

 

                   

                          A mí, que algún día escribiré mis memorias sobre trozos de  hojas imaginarias

 

 

 Ser dueño de tu destino

te hace ser libre.

 

la autora

 
A comienzos de la década de los noventa se derrumbó el Imperio Comunista de Europa. La Cuba de entonces, acostumbrada a recibir víveres de la Unión Soviética fue invadida por una terrible tristeza que más que tristeza, era desesperación por los días que vendrían, “Período Especial” decidieron llamarle por entonces. Mientras en Moscú aparecen automóviles de lujo, se construyen mansiones con piscinas en Leningrado; niños comienzan a pedir limosnas en las calles, hombres asaltan bancos y mujeres piden disimulados pasajes. Esta información no se divulgó en Cuba por miedo a que se extendiera el paradigma.

En el 1994, los once millones de habitantes cubanos, cansados de caminar sin rumbo, descuidados, con aires de pena, emborrachados de promesas, estaban por asistir a una comedia, serían testigos de un nuevo y espectacular acontecimiento: además del peso cubano, se autorizaba la circulación del dólar. El pueblo se preguntó: ¿Se caerá el mundo?, O en un orden menos dramático, ¿Llegaron los americanos?

Pero el gran dirigente salió a la palestra, ofreció uno de sus inolvidables y “breves” discursos, saludó a todos los comensales y dio la bienvenida al turismo. Todos se calmaron, regresaron a sus casas, cogieron platos y se sentaron a la mesa esperando la nueva ración de víveres. Algunos aún están esperando. Mientras otros, los más objetivos; salieron a la calle, en su búsqueda.

 

 

 
1997

Sábado por la noche.

 

Como en cada estación de policía, el mismo desorden, el mismo ajetreo, la misma cantidad de azules¹ que entran y salen por puertas oscuras, algunas rotas y oxidadas. Sólo la escuadra del DTI- Departamento Técnico de Investigaciones- puede librarse de llevar uniforme. Es más, sólo de esta forma podían capturarme a mí, que me sé cada rincón de esta Habana totalmente marcada por el imperdonable y a veces detestable tiempo. ¿En qué pensaba cuando tuve la ocurrencia de sentarme en aquel parque? Ah, si no hubiese sido por el cansancio de mis pies, de mis músculos que pedían a gritos una pausa de reposo, después de haber andado por comercios vacíos y carentes de toda gracia... ¿Debo culpar a la brisa del mar cercano que invitaba a quedarme allí, en aquel lugar solo y triste, pero eso sí, bañado de las sombras del majestuoso hotel Cohíba? Apenas veinte minutos, puntuales como un reloj, ni más ni menos, he aquí que ya lo tenía delante, propio delante; flaco, feo, con su aire de poco aseado, las ropas hechas jirones en sus huesudas carnes de humano cumplidor de la justicia. ¡Lo sabía!, me repito ahora cuando es tarde, demasiado tarde.

 

Se abre la puerta. Entra el investigador Mario, conocido como “Colombo”, gracias al serial televisivo americano con el que nos llenaron las noches de domingos. En una mano trae un papel que tira sobre la escribanía. Hala una silla y se deja caer pesadamente. Con la mirada que no muestra compasión, pero al mismo tiempo con un toque malicioso contempla a la joven que tiene delante. Me mira sin mirarme, como si yo estuviese o no estuviese, lo mismo da. Soy una muñeca de hueso... y carne que no puedo usar, tengo una boca que no puede hablar ni siquiera para defender mis derechos. Porque tendré algún derecho, ¿no?, me pregunto, aun cuando sé que esta pregunta aquí carece de respuesta.

Prende un cigarro, exhala el humo lentamente. Con toda la calma del mundo me extiende un papel lleno de garabatos que sin leer ya sé lo que dice: “La susodicha ha sido sorprendida en lugares públicos… ostentando… con ánimo de lucro… la  susodicha tentadora firma el presente…” y bla, bla, bla, bla.

 -¡Firma aquí!

Lo sabía. Con aire de grandeza me brinda su pluma nueva de tinta azul, pero yo no hago caso. La verdad es que estoy cansada. Es tarde y deseo regresar a casa, y por regresar a casa soy capaz de firmar cualquier cosa.

Un tiempo atrás era diferente, podía pasar inadvertida por las calles de mi Habana segura de no ser molestada ni tenida en cuenta. Es verdad también que en esa época no me interesaba ser objeto de atención. Ocurría hace tres años. Tan ocupada estaba en presentar mi tesis. ¡Tesis, tesis!, cuánta fatiga para recoger datos que servirían para llenar tus párrafos. ¡Tesis, tesis!, ¿Dónde estás ahora? ¿En cuál cajón de basura te habrán tirado mis profesoras de grado cuando mi madre reía feliz de poder colgar mi diploma de alumna modelo en la sala a la vista de familiares y sobre todo de los vecinos?

Firmar ahora este otro papel, que en nada que dice se asemeja a la trabajadora ejemplar que todos esperaban de mí no es que me dé gracia. Pero Dios, sabes que es tarde, y cuando es tarde y aún no he comido nada, no sé lo que firmo, y si lo sé, no me interesa.



( Si fdeseas leer mas solo tienes que pedirmelo)

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