Salia
Caminaba entre una mesa y otra con su pantalón negro muy
justo al cuerpo y su blusa blanca remangada hasta los codos. Salia sabía de todo, de música, de idiomas...
hablaba perfectamente tres idiomas: italiano, francés e inglés y una especie de
dialecto de su país. El francés, porque venía de uno de esos países africanos
donde se habla. El italiano lo aprendió aquí después que se quedó con un permiso
de refugiada política. El inglés, porque conoció un nigeriano con el que se casó y tuvo una niña maravillosa. Salia es cristiana, por eso sus vestidos son
occidentales. Pero tanto tiempo atrás escapó de su país propio por ser cristiana. Un país donde reinan
los musulmanes no es un país para Salia que ama la libertad y la emancipación. Sin
embargo Salia custodia un secreto: tras su sonrisa se esconde un odio terrible
hacia los blancos. Salia dice que no le gusta los blancos. “Querida Salia -le
dije en una ocasión-. Un día tu hija crecerá y se convertirá en una mujer
bonita y deseada y no olvides que vive en Italia. ¿Qué harás si un día se enamora de
uno de estos muchachos de su escuela, un italiano, un blanco?” “Mi marido me ha
dicho que si ve a un blanco cerca de nuestra hija lo mata”-respondió. Salia se marchó a Nigeria para
que su suegra conozca finalmente a su nieta. Quien sabe si volverá.
Mara
Mara es italiana, tiene cincuenta años. Mara se
comporta como una chiquilla de quince porque está enamorada de un
hombre que la hace sufrir. Pero ella no se da cuenta de este sufrimiento. Hace poco
su relación de ocho años con este hombre se terminó sin un por qué. Desde entonces
Mara le escribe desde facebook, por skype, insiste por teléfono; pero él no
responde. Ella dice que necesita hablarle, que él debe explicarle el por qué de
este cambio sin aviso y por eso hace unos días le ha dicho que irá a verlo a su
casa para hablar, pero él no le abrió la puerta de casa. Ella le dejó una carta
por debajo de la puerta y todavía espera una respuesta a tanta ostilidad. Mara viene
al trabajo porque sabe que el trabajo puede ayudarla a olvidar un poco, pero la
verdad es que no logra olvidar.
Valentina se lamenta de la crisis. Dice que no logra andar adelante. Su
esposo se a quedado sin trabajo hace dos años y desde entonces trabaja por poco
dinero como pintor, albañíl, cualquier cosa donde lo llamen. Y en tanto deben
pagar la boleta de la luz, la del condominio, comprar los mandados, acudir a la
hija de trece años...
Cuando no habla de sus problemas cotidianos Valentina es siempre alegre. Para Valentina también decimos que viene con el spíritu justo, aun cuando vive muy lejos y para llegar al trabajo implica casi una hora y media. A veces dice que nos dejará tan pronto encuentre un trabajo donde se gane un poco más. Otras veces se recuerda de diez años atrás cuando trabajaba cerca de su casa en un hotel de lujo que ahora está practicamente abandonado. La vez en que Valentina no vino a trabajar por casi cuatro días porque estaba enferma la echamos mucho de menos. Pensábamos que no volvería y nos sentimos como si nos hubieran amputado un brazo, tanto la extrañaremos cuando decida irse de verdad.
Cuando no habla de sus problemas cotidianos Valentina es siempre alegre. Para Valentina también decimos que viene con el spíritu justo, aun cuando vive muy lejos y para llegar al trabajo implica casi una hora y media. A veces dice que nos dejará tan pronto encuentre un trabajo donde se gane un poco más. Otras veces se recuerda de diez años atrás cuando trabajaba cerca de su casa en un hotel de lujo que ahora está practicamente abandonado. La vez en que Valentina no vino a trabajar por casi cuatro días porque estaba enferma la echamos mucho de menos. Pensábamos que no volvería y nos sentimos como si nos hubieran amputado un brazo, tanto la extrañaremos cuando decida irse de verdad.
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