Hay
recuerdos que se quedan grabados en la mente por largo tiempo y la verdad es
que no sabemos exactamente el por qué. O acaso si lo sabemos y no podemos creer
que es todo cierto, porque es una mezcla de porques. Porque es bonito, simpático
y divertido. Porque es relaxante, ameno, entretenido.
Oh, oh.
No me cansaría
de buscar adjetivos por esta vez.
¿De qué
piensan que estoy hablando o en quién piensan que estoy pensando?
Estoy pensando
en la otra tarde. Acababa de subir a la metro y después de haber tenido suerte en
encontrar un puestecito libre me disponía a leer un libro de Poe. Y he aquí que apareció el Saxofonista.
Así lo he bautizado, porque era uno de esos muchachos sin techo que dicen ser
artistas de calle y que de echo llevaba un saxofón consigo.
Tan pronto
lo vi sacar el instrumento musical me dije para dentro de mi: ¡Por favor, que
alguien lo detenga!
Porque lo
cierto es que todos los días en la metro veo gente que pide limosna después de haber
cantado malamente alguna desastrosa cancioncilla o de haber ofrecido un ridículo
espectáculo de magia. Pero esta vez señores, tan pronto el Saxofonista se puso
a sonar la verdad es que tuve que guardar el libro con Poe y los cuentos de
terrores para otra ocasión, tal era la maravillosa música que aquel muchacho me
regaló por casi 20 minutos. Y no solo a mí sino a todos los presentes que de
todos los ángulos de la metro aplaudían y se levantaban de sus asientos para ir
a dejarle alguna propina. Sí, señores. Por primera vez he visto docenas y docenas
de personas una tras otra alzarse en pie e ir de su espontánea libertad hasta
la cajita de las ofertas donde este muchacho esperaba ver el resultado de su
melodiosa. Y qué melodía. Pensar que todavía la recuerdo y eso que han pasado
casi tres semanas..
Para el
saxofonista de la metro, 10 puntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario